viernes, 26 de noviembre de 2010

8. Para ser una bruja...

Para ser una bruja con malas intenciones, me paso de buena. Y es que viendo lo que todos los mortales tienen que sufrir, cualquiera siente una pizca, eso sí, sólo una pequeñísima pizca de ¿desprecio? ¿hartazgo? ¿aburrimiento? ¿Simpatía? ¡No!!!!!!!!!! Simpatía, no.
Veo con optimismo como todos se hacen trizas. ¡Lo sé! Yo estoy detrás de los pedazos y aprecio cuando la pedacería se multiplica.
Como buena bruja me deleito viendo las complicaciones en las que se enredan la mayoría de los mortales. Odian, aman poquito, muy poquito, se hunden en el egoísmo y la ambición desmedida y los que alcanzan a pudrirse en dinero, finalmente, se quejan de su horrible soledad. Aquellos frustrados que pasaron por la vida deseando lo que los exitosos tienen, finalmente, se quejan de su horrible soledad. Ese es el destino que la familia de las Brujildae tenemos preparado para todos ustedes. Jajaja.

Como habrán notado en las entregas anteriores, "La bella durmiente" en su peregrinar por este mundo de maquillaje se encontró conmigo. La gorda del cuento siguió mis recetas, se las comió y estuvo a punto de explotar. Y, tras la escritora y su amante, que se enredaron en una relación destructiva en la que la palabra plagio arrasó con cualquier posibilidad de entendiminto mutuo, encontrarán mis manos de uñas largas y difíciles, mis manos que mueven los hilos de todas las historias.

Quiero darles una muestra de mi conocimiento y poder sobre los mortales:
Si quieren reir y sufrir, si desean masturbarse mentalmente con historias que exponen a los seres humanos en su verdadera dimensión, les recomiendo:

Atrévanse a profundizar en la desoladora naturaleza humana. Atrévanse a encontrarme agazapada entre las sombras, burlándome de los despropósitos del mundo. Sean capaces de sonreir ante la imagen de su propia insignificancia. Soy yo, la bruja, la que los invita a leer.

Y para aquellos que buscan relatos cachondos, donde el erotismo tiña de rojo las hormonas del lector, debo desilusionarlos. "Soledad llorando: Historia de un relato" no es literatura erótica.

martes, 24 de agosto de 2010

7. Entiendas o no, la realidad es así

A ver qué les parece esta historia:
Había una vez un sujet@ que deseaba y otr@ sujeto@ que deseaba también. Sus deseos se encontraron y la realización de éste hubiera sido el paso lógico en este pequeño relato. Sin embargo, llegó una voz autoritaria que dijo: NO. La idea de pecado cubrió el paisaje y lo que fue un campo florido se convirtió en un desierto de desolación, sentimientos de culpa e infelicidad.

Visualicen:
Las flores fueron marchitándose una a una, los colores fueron apagándose, lo que antes mostraba un rojo aquí, un azul allá, un amarillo, un verde, un lila, se tornó gris. Los campos perdieron su verdor y la tierra quedó desgastada, llena de grietas, sin posibilidades de vida. Finalmente, todo murió y lo que antes fue un vergel de entusiasmo y esperanza, hoy es un páramo cubierto de amargura.
Mi conclusión: el que controla tu deseo, es dueño de tu vida. Por este motivo yo, una simple brujilda, me esmero en conquistar este control.
Azuzo el deseo por aquí, aprieto las normas que prohíben allá, y juego con los seres humanos logrando que se sometan a mis deseos y acepten mis promesas de un futuro halagüeño. Sin embargo, para llegar a esa tierra de la gran promesa, que puedo postergar hasta el infinito y el más allá, hace falta someterse a todos mis designios. La venta de promesas es una actividad muy redituable para mí.
Y yo me pregunto: ¿por qué los humánidos se aferran a la vida, como una lapa a una piedra, aunque su vida carezca de satisfacciones y las promesas de felicidad les sean ajenas? Nosotras, las que pertenecemos a la familia de las brujildaes convertimos nuestros sueños en realidad y logramos que ésta se ajuste a nuestras necesidades. Somos exitosas. Así sí vale la pena vivir. Fastidiamos sistemáticamente por doquier y buscamos en todo momento la realización del deseo. Nuestro deseo: fundar en la tierra el imperio de las malas intenciones. Y vamos bien, estamos contentas, las hemos esparcido por doquier.
Ustedes no han aprendido nada en tantos siglos de hundir su huella sobre la tierra. Nacen llorando y aun no se enteran por qué.
Habrá quien diga que no sólo de promesas puede vivir el hombre, que también necesita realidades. Pero no le crean, no vivan en el error. ¿Entienden? Si entienden, las cosas son así y si no entienden, las cosas son así.

martes, 6 de julio de 2010

6. Tu mundo feliz

Ese día ya no pudiste salir de tu cuarto. Tus ojos se pasearon por las cuatro paredes de la que sería para siempre tu prisión. El papel tapiz, modelo "autumn leafs", que en mejores tiempos lució elegante, ahora es una enorme mancha gris, salpicada de amarillo. Sobre la cómoda, entre una colección interminable de objetos, una pequeña bailarina con falda de tul rosa, que algún día giró dentro de una cajita de laca china, te observa con desprecio. Un marco de madera sostiene con orgullo la foto de tus padres, otro a Spoty, tu perra. En la pared, tu rostro, que antes era hermoso, se repite profusamente en diferentes poses. Un calendario, que muestra una fecha ya vencida, descansa sobre el tocador.
Tus primeros años los viviste mimada por toda tu familia. Eras hija única. No había un solo deseo que no te fuera concedido. Ya que escrito está: pedid y se os dará. Querías un helado, inmediatamente lo tenías. Un vestido nuevo..., ya era tuyo. Querías otro y otro y otro más e inmediatamente tu armario se llenaba de ropa de las mejores marcas, las más caras. Si tu televisor te parecía pasado de moda, esa noche el mejor modelo del mercado ocupaba un lugar privilegiado en tu habitación. Cualquier objeto o sujeto con solo ambicionarlo pasaba a ser de tu propiedad. Así ocurrió más tarde con Toni, con Nico, con Daniel, con Eric, con Al, con....todos. El mundo era tuyo, amplio, inacabable, como una enorme cubeta de palomitas de maíz.

Estás sola disfrutando el paisaje que tu vista abarca. Rememorando un tiempo ido por la ventana que da al jardín, desde donde mirabas a los niños de los vecinos jugar con sus triciclos recién comprados. Era Navidad. Santa Clos había sido espléndido contigo, como siempre. Te había traído todo y un poco más. Sin embargo, tu triciclo, aunque el mejor, no se parecía al de Wendy González. El tuyo era rosa y el otro era oscuro, uno era hermoso y el otro sólido, poco atractivo. Pero tú lo querías. Lo deseabas más que cualquiera de los regalos que descansaban bajo el árbol en espera de que tus manos de niña se decidieran a arrancar el papel brillante y el moño dorado que los envolvía.
-Quiero ese triciclo,- habías dicho en el momento que descubriste, desde la ventana, la alegría de tu vecina. Y el triciclo fue tuyo. Después fue la pelota blanca con rayas negras de Mateo la que despertó tu interés. También, esa noche, llegó a tus manos. Luego fue la muñeca de Rosi, los patines de Gustavo, la pista de autos de Omar, el equipo de cocina de Matilde, el despachador de chicles de David, el Turista con fichas, dados y dinero de Moisés. Hasta los anteojos de Carmen fueron a parar a un cajón de tu recámara. Todo lo querías y todo fue finalmente tuyo. Los objetos inundaron todas las habitaciones de tu mansión.
Ya mayor, cansada de desear las pequeñeces que tus conocidos disfrutaban, quisiste las propiedades de todos ellos. Una a una te fueron adjudicadas. La casa del vecino de enfrente, la del vecino del sur, del este, del oeste, todas las construcciones con sus terrenos pasaron a tu poder. Era tu destino. Sin embargo, aún no era suficiente. No te sentías feliz. Podías tener más. Siempre aparecía un pedazo de tierra, allá, que debía ser tuyo. Era una carrera donde el final resultaba inalcanzable porque siempre había algo ajeno que deseabas y que resultaba poco cuando ya era tuyo.

Un cofre de madera negra guarda tus collares, pulseras, aretes, anillos, que ya no te serán de ninguna utilidad. Cada objeto acumulado durante años tiene su propia historia y parece que la repite día tras día. Esa es tu vida ahora: un gran recuerdo. Sonríes. La cadena de oro trenzado te remite al momento en que tu mano se posa en un estuche de terciopelo rojo. Tus dedos lo sujetan con fuerza y huyen con prisa a depositar su vistoso trofeo en el bolsillo de tu abrigo. Sales de la tienda satisfecha, feliz. Este sentimiento de logro no lo habías experimentado jamás. Lo intentarás de nuevo. Así día tras día te encaminas a alguna tienda de prestigio, pides que te enseñen los artículos más valiosos de la joyería y en el momento en que el encargado se distrae, tu mano se encarga de sustraer algún hermoso objeto que termina arrumbado en el amplio cofre de tu tocador. Así conseguiste unos aretes de oro traídos de Egipto, un anillo de plata y diamantes mexicanos, un dije boliviano, una pulsera de.... de... no lo recuerdas ya. Robaste todo lo que quisiste hasta el día que, otra mano, la del dependiente, sujetó la tuya y te remitió al encargado de seguridad de la tienda. Finalmente, una buena cantidad de dinero te liberó del problema. Este suceso estimuló tu espíritu de aventura y después de perfeccionar tus métodos rapiñescos te dedicaste a conseguir de todo: ropa, bebidas, zapatos, adornos, discos, instrumentos musicales, frituras y chocolates. ¡Hasta un coche llegó como parte del botín! Tu conocido poder económico lograba que los empleados fingieran no verte mientras tus dedos rapaces recorrían la mercancía de la tienda. Ahora, todo te es de poca utilidad. Estás limitada a las cuatro paredes que te rodean, sujeta a un cúmulo de objetos que te estorban y te impiden moverte con independencia. Por eso tu mal humor. Poseer es sufrir. Poseer es perder la libertad. Es volverse adicto a tener más, siempre más. Te pesa que te lo diga porque sabes que tengo razón.

Tus ojos se detuvieron en un florero hecho en Taiwan, imitación porcelana, que aún sostiene una rosa marchita. Piensas en Toni. Alto, pelo claro, fuerte, campeón nacional de tenis, un verdadero triunfador. Te invitó al cine, luego a cenar y terminaron haciendo el amor en el asiento trasero de tu coche. Ese día te regaló una rosa, tu primera flor. En la siguiente cita sólo fueron al cine y terminando la función se dirigieron a una calle solitaria y oscura y se estacionaron bajo un árbol. Después de poner el freno de mano él te indicó con el dedo índice el lugar que debías ocupar atrás. Ahí, nuevamente, se dedicaron a aplacar ese gran deseo que te consume por dentro. Después de varios paseos similares donde ya se había abolido definitivamente toda actividad ajena al sexo, preferiste invitarlo a tu cuarto, pedirle que se quitara la ropa y dedicarte todo el tiempo que permanecían juntos a disfrutar de tu amante.
Terminaste aburriéndote y te lanzaste sobre Nico. Repetiste todos los pasos anteriores: cena, cine, cama, hasta que, nuevamente preferiste limitarte a la satisfacción apremiante del deseo y éste a su vez se agotó. Luego, empezaste con...con... ya no lo recuerdas. Después de Nico todos pasaron por tu vida con tal velocidad que sus nombres quedaron sepultados en el olvido, desde el mismo momento en que hacían su aparición. Los tuviste a todos, todos fueron tuyos. Sonríes.
Tu vida amorosa, como tú la llamas, se volvió monótona. Era lo mismo Ron, entrenador de futbol, que Charlie, estudiante de la carrera de medicina. Sentías lo mismo cuando mirabas al Brodie, tosco, rudo, alto, de músculos espléndidos, que cuando escuchabas los versos que te dedicaba el poeta Federico. Todos te aburrían por igual.
Buscaste nuevas satisfacciones; te dedicaste a coleccionar revistas de arquitectura, de chismes sobre actores de cine, de jardinería, de coches, de recetas, de... todo. Los volúmenes adquiridos mes con mes ocupaban todos los rincones de tu casa, donde se acumulaban sin despertar en ti el más mínimo interés. Solamente las fotos de platillos suculentos que aparecían en los recetarios de comida estimulaban tu curiosidad. Pediste que te prepararan diariamente un menú con especialidades culinarias de diferentes países. Comías con la misma avidez con la que te entregabas a todo, a veces sola, a veces acompañada; paladeaste los mejores platillos de las mejores cocinas: mexicana, española, china, japonesa, francesa, tailandesa, hasta rusa, alemana, e inglesa. El mundo era un banquete interminable donde todo era apetecible, todo. Luego vinieron los postres: helados, pasteles, crepas, frutas confitadas. Y por último, te entregaste a los pequeños antojos, entre comidas: papitas, galletas, palomitas, lo que fuera.

Miras con tristeza tu ropa colgada en el closet. Los jeans azules te remiten a tu último paseo por el campo. Ibas con Daniel y nunca habían hecho el amor. Tal vez hoy lo harían. Habían caminado casi una hora, a la orilla del río, entre zarzamoras, juncos y espinos, cuando dos individuos mal vestidos, con una navaja en la mano, les salieron al encuentro.
-¡Los relojes y la cartera, pronto! Y no se quieran pasar de listos por que les damos en toda la madre, cabrones,- gritaron enfurecidos.
Daniel se envalentonó y se opuso al despojo. De un golpe lo tiraron al piso y a patadas le quitaron el reloj, la cartera, y una medalla de la virgen que siempre le daba buena suerte. Ya abatido, lo amenazaron con un cuchillo que le colocaron sobre el cuello.
-¡Si te mueves, te mueres cabrón!- le dijeron a tu acompañante. -Y tú, ¡desnúdate!- te gritaron.
Asustada, empezaste a desvestirte. Tú te quitaste la blusa y uno de los hombres se desabrochó el cinturón. Tú te bajaste el cierre y él hizo lo mismo. Tú te quitaste los pantalones con mucha dificultad y él te miró con sorpresa. Nerviosa, te quitaste el sostén y dos caracoles redondos, descomunales, saltaron sin ninguna consideración. El tragó saliva. Con la caída del resto de la ropa, varios pisos de grasa, acomodados en diferentes niveles, se agitaron temblorosos. El dio un paso atrás.
-¡Válgame! Es toda tuya,- le dijo a su compañero.
El otro joven se acercó lentamente y con sus brazos trató de rodearte. La superficie era tan basta que fue incapaz de lograrlo. Se quedó quieto un instante sintiendo el aliento de su víctima sobre la cara. Se apartó de ti y te miró nuevamente. Te dijo que te acostaras y ya en el suelo, se acomodó cerca, estiró la mano y la posó sobre tus pechos; quiso abarcarlos pero éstos se le escurrieron en toda su inmensidad. Se cansó de sentir la consistencia viscosa de tu carne de mujer y se puso de pie.
-No puedo. ¡Carajo! No puedo,- dijo.- Lo siento gordis, pero te juro que no puedo.
Los asaltantes, un poco avergonzados, se retiraron corriendo.
Daniel estaba desconcertado. Iba, venía, no sabía que hacer. Sin embargo, antes de perderlos completamente de vista les reprochó, con un grito:
-¡´Ora le cumplen, cabrones!
Sucia de arena y tierra, aun en el suelo, miraste largamente a tu acompañante. El quiso decir algo, pero finalmente desvió sus ojos y se hizo el desentendido. Tú, después de un penoso silencio, empezaste a vestirte lentamente. Nunca más quisiste ver a Daniel en toda tu vida.

Después de este hombre cobarde, el sexo opuesto se te hizo insoportable. Los recuerdos lejanos de tus noches de pasión te causaban fastidio. Toda esa época dedicada a saciar los bajos instintos de seres insensibles y vacíos te parecían ahora una horrible pesadilla. No los necesitabas. No los habías necesitado nunca, y esto para tu desgracia lo habías descubierto hacía poco, en la propaganda a todo color que te habían enviado, por correo, unos almacenes de prestigio. El kit venía con todo: un equipo completo de herramientas vibrantemente útiles, utilísimas, que se montaban y desmontaban, se accionaban a diferentes velocidades, rápido, lento, con puntas finas, gruesas, semigruesas, alargadas, cortas, planas, redondas, en todo tipo de formas, normales, anormales y seminormales y con diferentes texturas. Y todo esto a precio de introducción, con dos tubos de lubricante, como regalo. Una oferta única, solo por unos días y en cantidad limitada. Compraste una caja y después de tu primer contacto con el producto, mandaste pedir toda la oferta limitada que abarrotó las repisas de tu armario, de tu closet y los cajones de tu cómoda. Ahora sí, armada de todos estos implementos ¡quién necesita a los hombres!

Nunca pensaste que de este cuarto no volverías a salir jamás. Sin embargo, aquel día regresaste de un paseo por tus dominios y pediste de comer. Como estabas cansada te servimos en tu cuarto, como siempre, con generosidad: sopa, carne, verduras, arroz, papas, queso, pastel con leche, gelatina, galletas y tú refresco. Te lo comiste todo y quisiste más. A la mañana siguiente el marco de la puerta te resultaba estrecho. Llamamos al albañil, que anteriormente ya lo había ampliado, para que lo ensanchara aún más, pero éste consideró que el peso de la losa podría vencer la pared y venirse la casa abajo. Miraste por la ventana y reconociste que no había nada ni nadie del otro lado que te hiciera falta. Eras autosuficiente. Lo tenías todo, lo dominabas todo y desde ahí podrías disfrutar del mundo como si estuvieras afuera. Te sentaste en la cama que fue elaborada especialmente para soportar el exceso de tus carnes y te dispusiste a vivir otra etapa de tu vida. No necesitabas esforzarte para controlarlo todo. Tenías a tu gente que lo haría por ti; mientras, tú te entregarías al placer de continuar degustando tus caprichos favoritos, en el ambiente desteñido de una recámara envuelta en papel "autumn leafs".
El tiempo pasó y los recuerdos tiñeron de nostalgia tus noches y tus días. La mayoría de los objetos que se acumulaban en exceso en todos los espacios de tu recámara no lograban despertar en ti sentimientos definidos, sólo algunos te traían ecos de sucesos que en tu memoria dejaron una huella. Sin embargo, tu carácter siempre difícil se deterioraba, aunque decías que te sentías feliz. Pensé dejarte, pero no pude.
-Lárgate si quieres,- me dijiste.
-¿Y quién cuidará de ti?
-Con dinero baila el perro,- aseguraste con desprecio.
-¿Muerdes la mano que te alimenta?- pregunté resentido.
-Nadie es indispensable.
-Pero yo soy tu amigo.
-Yo no tengo amigos, sólo tengo sirvientes que me obedecen.
Comprendí que era mejor tenerte aquí, sujeta entre estas paredes, que libre, deseando lo poco que todavía me queda. Me lo has quitado todo. Bueno, casi todo. Por un sueldo te alimentaré toda la vida, con prodigalidad. Si no lo hiciera, la falta de comida podría liberarte de tu cárcel y eso nunca lo permitiré. Atrapada en tu cuerpo voraz vegetas sobre tu cama. Yo observo como aumentas de tamaño, te veo inflarte y sólo espero el momento en que tu hambre insaciable te haga reventar. Por eso te cuido, por eso estoy siempre contigo, por eso nunca me aparto de tu lado.

jueves, 24 de junio de 2010

5. Sin esperanza de volver


A mí también me duele: La Bruja
Vean:

http://www.youtube.com/watch?v=tZ9cNNhOvXg




He recibido muchas quejas de individuos que protestan por mis laberínticas, agudas y sesudas consideraciones. Según ellos, mi punto de vista sobre el ser humano es equivocado, prejuicioso, insidioso, intolerante, malvibroso y cargado de desprecio.
Siento haber dado esta imagen que es ajena a mi sentir. Mil disculpas. ¡Si yo considero a los seres humanos como parte importante de mi séquito! ¿Por qué los iba a despreciar? Son mis empleados. Mi poder se basa en la falta de definición que demuestran estos seres que vagan por el mundo a trompicones. Hoy se dedican en cuerpo y alma a destruir lo que ayer hicieron, o lo que hicieron otros, o lo que hizo la muy desairada madre naturaleza, a la que tratan como si fuera la madrastra de Blanca Nieves. Sin saberlo, todos ellos trabajan para mí, con esmero. Si algo tenemos las Brujildaes es que somos consistentes: derrochamos malas intenciones, pero siempre en contra de los demás.
Como bien saben, nuestros deseos son órdenes. En cuanto a mí, que no me caracterizo por mi buen carácter, he tenido logros considerables. He conseguido que las malas vibras se generalicen por doquier: aquí, en una casa, allá, en un país, y en todos los confines de la tierra. ¡Felicítenme! Soy muy eficiente. El grande se come al chico, el fuerte al débil, el rico al pobre. Y está bien, así debe ser. Pero el mal llamado género humano se pasa de mala onda cuando abusa del suelo que le da de comer, del agua que le da de beber y que los mantiene vivos. Eso, ni yo, ni ninguna de mis compañeras, lo haría. Nosotras mantenemos limpia la guarida; no permitimos bolsitas de plástico, platos deshechables, churrumais, botellas de refrescos, papelitos de comida chatarra en los rincones, ni cáscaras de plátano en las escaleras, ni chicles untados en la mesa, ni charcos de petróleo en la cama o en el botellón del agua. Y nosotras tenemos muchos recursos, nos las arreglaríamos aunque algo así de catastrófico sucediera en nuestro territorio. Pero, estos seres ignorantes que derraman millones de galones de petróleo y basura sobre el hermoso Golfo de México, sobre el agua que mantiene vivos a los animales que les dan de comer, son francamente inmorales, irresponsables y criminales. Por obtener riqueza, destruyen la verdadera riqueza que poseen: su mundo. Gente así, no me sirve ni a mí. Su necedad es tan aplastante, sus fechorías tan estremecedoras, que no serían dignos colaboradores de las brujildas. Hasta dentro del mundo del mal nos preocupamos por mantener un nivel. Rebajarse y caer en la ignominia no es aceptado en nuestro código de ética. Nosotras mantenemos la frente en alto. ¡Siempre! Hacemos el mal, pero no hacemos pendejadas.

Para que logren aquilatar la esencia de la naturaleza humana, quiero que conozcan a esta mujer que logró, con un gran esfuerzo, convertirse en isla. A base de romper puentes, destruir vínculos, dejar de ser para sólo tener, consiguió navegar sola por la inmensidad de la vida. ¡Bravo! Ya nadie le estorba, es la dueña absoluta de sus días, de sus noches, de sus cosas, de su tiempo, de su espacio, de sus devaluados pensamientos. Ella, como ninguna, fue capaz de seguir su sueño, de buscar las señales que la llevarían a la realización final del deseo. Conquistó lo que a muchos no les es dado: la soledad perfecta. La carencia absoluta en medio de la abundancia.
Y es que en la realización del deseo muchas veces suele irse muy lejos, pero sin esperanza de volver.


miércoles, 19 de mayo de 2010

4. ¿Quién mató a la Bella Durmiente?

Después del artero asesinato de la Bella Durmiente, los responsables del marketing pusieron el grito en el cielo. ¡Tirar por la borda tantos años dedicados a obtener una figura digna del mejor comercial televisivo! Los fabricantes de cremas para la piel, nail polish, shampoos para el cabello, lápiz de labios, pintura de ojos, make up, shadows y demás adminículos, también sufrieron con la terrible noticia.
La imagen de la preciosa dama vendiendo, a todo color y en horario estelar, un mundo feliz, pasó a la historia. A pesar de su visión empalagosa de la realidad, su ineludible y antiestético destino le salió al paso en la azotea del edificio que se encuentra en la esquina de dos calles muy concurridas de nuestra palaciega ciudad.
Las denuncias en demanda de una investigación no se hicieron esperar. Ante todas las instancias fueron levantadas actas exigiendo el esclarecimiento de los hechos.
¿Quién mató a la Bella Durmiente? La pregunta estaba en boca de todos. ¿Fue acaso un complot producto del antiguo conflicto Este-Oeste, o del moderno conflicto Norte-Sur? ¿Un triunfo del terrorismo internacional? ¿Una pugna entre mafias? ¿El único desenlace posible de la lucha de clases? ¿Podrá ser este funesto crimen el resultado normal de la libre competencia? ¿O fue un acto de amor de alguna amiga desinteresada que no podía tolerar que a la hermosa Bella le doliera la cara por ser tan guapa?
El Detective Marlowe lanzó al aire la hipótesis de que el asesinato pudiera ser debido a un acto de disciplina del conserje del edificio que no le gustaba que los chavos se le subieran a la azotea sin su consentimiento. Sin embargo, uno de los argumentos de más peso entre los investigadores era el que consideraba la posibilidad de que este esperpéntico drama fuera el producto de un castigo de la maestra de costura que no toleraba que una estudiante suya fuera tan torpe para enhebrar la aguja.
El crimen pasional fue descartado, ya que la occisa, instalada en su belleza, nunca tuvo tiempo para el amor, mucho menos para la pasión.
-El amor despeina,- solía decir.
Como en el lugar donde yacía la incomparable beldad no se encontró aparentemente ningún signo de violencia se llegó a pensar, después de arduas investigaciones que, en su afán por llamar la atención, la joven podría haber escenificado su propio suicidio.
-Me odian por ser bonita,- declaraba insistentemente, entre pucheros, la relumbrante Srta. Durmiente ante los medios de comunicación, después de su paseo matinal, que aprovechaba para derramar su indescriptible belleza ante la mirada golosa de su comunidad. Sin tomar en cuenta que esta confesión podía ser clave en el esclarecimiento del aciago suceso, los encargados de seguir la pista, no fueron capaces de entender el enorme significado de esta dramática queja, por lo que el nefando homicidio sigue sin esclarecerse.
-La muerte de la Bella Durmiente fue un desperdicio,- admitió un alto funcionario de la política del maquillaje.
-No importa, podremos remplazarla,- anunció el gerente del marketing internacional.

3. El que no me crea que se mire en el espejo

A los que piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles, como afirmaba un filósofo trasnochado, y sostienen todos nuestros gobernantes, debo decirles que están completamente equivocados. Lean algún periódico serio, conéctense a una red social en internet y apaguen la televisión; la realidad les saldrá al paso. Y yo lo sé, porque hago bien mi trabajo y no permito que la maldad dormite cuando hay tanto por hacer; aunque muchas de mis congéneres han abdicado de sus obligaciones.
Quiero que sepan, que todas nosotras pertenecemos a la familia Brujildae, género y especie: Brujildus malévolus y yo, en contraste con las otras, porto con orgullo las características que me regaló la naturaleza. Si observo mi labor en el mundo hasta ahora, no puedo hacer otra cosa que felicitarme. Mi trayectoria es impecable, no he desfallecido jamás.
Los que creen que el hombre no es una isla, debo desengañarlos. Están completamente equivocados. A lo largo de la historia ese hombre, al que se ha distinguido con una cita célebre, se ha dedicado a horadar la tierra para convertir un continente en península y ha terminado destruyendo el último puente que lo mantenía unido al resto de sus congéneres y de su ambiente, convirtiendo un mundo enorme en una verdadera isla, que no invita a socializar. Ese espécimen se encuentra ya liberado de vínculos, esos lastres innecesarios. ¡Qué astuto! Lo que no percibe es que ha realizado el sueño de las brujildas como yo. A partir de ya, flota solo en la superficie del mar. Su esfuerzo por restar en lugar de sumar o multiplicar, ha dado como resultado que lo tengo solo, todo para mí, a mi alcance, sometido a mis designios y, lo peor para él, no se ha dado cuenta. Por sus escasas entendederas, asumo que no se dará cuenta jamás. Me ha hecho inmensamente feliz. Y hablar de una bruja feliz es entrar en el campo de la utopía, de la ficción. ¡A quién se le ocurre pensar en una bruja feliz! Por definición debemos ser unas amarguetas insoportables. Si no lo somos, es seguro que algo estamos haciendo mal. Muy mal. O, tal vez, demasiado bien.
Para concluir con estos sesudos razonamientos, debo decirles que me extraña la ligereza con que los mal llamados “buena onda”, creen que todo les saldrá bien. ¡Imposible! Yo no estoy pintada, me desenvuelvo con precisión y destreza, y salgo al rescate de las malas intenciones en todo momento. Quiero hacer notar que soy una experta en “tirar mala vibra”, en esto no me distingo de la mayoría de las mujeres.

Voy a presentarles a continuación, el triste caso de una mujer bella como pocas, que ante la mirada pasmada de su círculo social, muere asesinada gracias a su extraordinaria belleza. Perdón, debido a su extraordinaria belleza. Si desean seguir el rollo de este hermoso crimen, deberán poner especial atención en una serie de buitres que trabajan para mí y reciben grandes ganancias por hacerlo. El que está conmigo siempre sale beneficiado. Los que están contra mí, son mis enemigos y deben aceptar las consecuencias.
Creemos que el hecho que se relata, no fue producto de la envidia, que anida en todo corazón humano, ni del letargo y aburrimiento de los chavos que no saben qué hacer con su tiempo y buscan diversiones educativas.
Sin embargo, si observamos el carácter de Bella podríamos conjeturar que una chava como ésta podría resultar francamente insoportable. No todos tienen la paciencia de Job para lidiar con tanta soberbia. Y si existe alguien que aguante cualquier cosa, ahí aparezco yo para incitarlo al mal y terminar con esa inercia de respetar al otro aunque ya nos tenga hasta la coronilla.
Sabemos que una mujer puede ser tan hermosa como el arte, pero el arte de mandarla al otro mundo haciéndola que se pique un dedo con una aguja es realmente genial, increíble. Y todos ustedes deben de felicitarme por haber logrado esta gran hazaña. Nadie lo hubiera hecho mejor, ni de una manera más limpia.
Un amigo muy amigo mío, Thomas, tuvo a bien escribir un ensayo donde da cuenta de las posibilidades creativas que se pueden desarrollar para asesinar a alguien de manera artística. Y este caso, donde yo participo como principal protagonista, siempre escondida entre los renglones, es considerado por mi apologista como un ejemplo a seguir.
Para terminar, debo decirles que las que pertenecemos a la familia de las Brujildae sabemos que el hombre es un ente ridículo, el que no lo crea que se mire en el espejo.

viernes, 12 de marzo de 2010

2. El plagio

-Yo acuso de fraude al Sr. Amador Craso por presentar como suya una obra que escribí yo,- dijo Fidelina en el momento que el presunto autor se disponía a recibir el premio del XXX Concurso Latinoamericano de Cuento.
Amador, de traje gris, pelo oscuro, frente estrecha, cuerpo robusto y ojos apagados, se estremeció al oír dichas palabras. La confusión se hizo general.
-Ese cuento es mío,- insistió la mujer.- Lo escribí en un momento de angustia, cuando el mundo parecía un lugar difícil para vivir, cuando el tiempo se me volvía hostil, cuando la vida me miraba con una mueca grotesca.
- ¿Tiene forma de demostrarlo? - preguntó uno de los jurados.
-¿De demostrar qué? ¿Lo del tiempo hostil y la mueca grotesca?
-Que el cuento es suyo,- contestó impaciente.
-No, pero es mío y él lo sabe,- dijo apuntando con su dedo a Amador.- Además, aquí tengo una copia.
-Eso no prueba nada,- gritó el supuesto autor.- Yo también tengo una copia.
-¿Alguno de ustedes tiene registrado el cuento a su nombre?- preguntó un miembro del jurado.
-No,- dijeron ambos.
-Yo puedo relatarles la trama y decirles en cada momento qué iba sintiendo y por qué lo escribí. Estoy segura que él no puede hacerlo.
-¡Claro que puedo! Yo puedo repetir cada palabra de esa historia. Mi historia,- subrayó.
-Repetirla, tal vez, pero no escribirla. ¡Si lo que ahí relato, yo lo experimenté como una terrible pesadilla! ¿Cómo olvidar aquella mañana cuando buscaba en el periódico La Jornada los resultados del Concurso de Cuento? ¿Cual no sería mi sorpresa cuando descubrí que el ganador era, nada menos, que Amador Craso con "El plagio"? Un mes antes él se ofreció llevar mi narración al correo y ahora resulta que este señor recibirá el premio que me corresponde a mí. ¿Como podría, un individuo cruel e insensible, escribir una historia sobre una escritora desconocida, burlada por su amante? ¡Imposible!. El no conoce el alma femenina. El corazón de una mujer es como la crisálida de una mariposa: profundo e inaccesible a los ojos del hombre. Yo llevaba una existencia llena de estrecheces, tratando de subsistir con el sueldo de profesor de mi compañero. En mis tiempos libres me dedicaba a escribir un cuento. Mi protagonista era un maestro de Secundaria de una escuela particular de la Ciudad de México hundido en la frustración y el desencanto de su profesión. Estaba acostumbrado a sufrir las peores humillaciones por parte de sus alumnos, varias veces al día. Toleró que le dijeran imbécil, toleró que le gritaran, toleró que nunca le prestaran atención. Lo toleró todo con tal de llegar con su miserable salario cada quincena a su casa; hasta que un día, ya harto, les dijo a los estudiantes: si no se callan…, me salgo del salón.
-¡Que se salga! ¡Que se salga! ¡Que se salga! - gritaron sus alumnos a coro. Ese día se marchó y no volvió nunca más.
-Renuncié,- dijo, al llegar a su casa, a su compañera Fidelina que se encontraba dedicada a la creación literaria.
-Más te vale ganarte algún premio substancioso en algún concurso porque desde hoy ya no tengo trabajo... como la mitad de nuestros compatriotas,- agregó con sorna.
-¡No es posible! ¿De que vamos a vivir?
-Supongo que de tus cuentos.

La vida de la pareja, antes tranquila y placentera, se volvió insoportable. Amador, agobiado por el desempleo, apabullado por el ambiente de subdesarrollo que se había instalado en su hogar, se hundía en la amargura. Ya no salía a la calle. Ya no se bañaba. Ya no quería moverse de su cuarto. Y finalmente, como en la ciudad los asaltos estaban a la orden del día, decidió que era mejor para su salud no levantarse de la cama.
El dinero empezó a escasear y tuvieron que pedir prestado. Le pidieron a sus padres, a sus hermanos, a sus amigos, al tendero de la esquina, al encargado de la panadería, al de la leche, al de la carne, al encargado de recoger la renta del departamento, a todo el que se dejaba, hasta que agotaron su capacidad de pedir.
-Busca un trabajo, por favor, o vuelve a tu antigua escuela.
-Eso jamás. Antes muerto que ser maestro. Ahora te toca trabajar a ti trabajar,- gruñó Amador.
Se había vuelto un compañero desagradable. Su falta de actividad lo empujaba a espiar todas las hojas de papel que salían, llenas de anotaciones, de la mano de su incansable compañera: historias de amor frustrado, de maestros desempleados, de hombres sin brújula, siempre de mal humor, hundidos en la monotonía de una habitación cerrada.
Un día Amador empezó a añorar la calle. Con la disculpa de buscar trabajo, decidió bañarse y salir a respirar un poco de smog para despertar de su aletargamiento. De regreso a casa, se hundió nuevamente en el río de palabras del cuaderno de Fidelina. Nuevas aventuras estaban plasmadas en tinta negra. Apareció el amante traidor, un pobre hombre fracasado que rondaba las calles en busca de otra mujer, ya que la propia, dedicada en cuerpo y alma a escribir, sin prestarle atención a su compañero, resultaba ya poco estimulante, demasiado vista. El se posesionaba de cada palabra que producía la pluma de su compañera.
Una mañana se vio empujado a vivir una aventura en un microbús de la ruta Iztapalapa-Metro Zapata. Sentado al lado de una hermosa estudiante, de ojos oscuros, que mantenía una mochila negra sobre su falda, pensaba en la forma de iniciar una conversación, cuando los gritos de tres hombres armados con pistolas, lo sacaron de sus cavilaciones:
-¡Esto es un asalto! - gritaron. - El que no coopere se muere.
La joven tiró rápidamente su mochila al suelo y Amador con su pie la escondió debajo del asiento. Cuando les pidieron el reloj y el dinero, ambos lo entregaron inmediatamente.
-La chamarra,- le gritaron a la estudiante de ojos negros. Ella, nerviosa, no lograba quitársela, y uno de los hombres quiso hacerlo a la fuerza. Rápidamente el exmaestro dijo al de la pistola:
-Permíteme, yo te la doy.- Y con toda delicadeza ayudó la muchacha a despojarse de su prenda.
-No te vayan a lastimar,- le susurró Amador al oído.
Cuando todo acabó y los asaltantes desaparecieron, Julieta comenzó a llorar aterrorizada. El la tomó entre sus brazos y la consoló.
-Ya pasó, ya pasó. Esto ocurre todos los días y a todas las horas, estamos en la Ciudad de México. Ya pasó. No te preocupes,- le decía mientras acariciaba su abundante cabellera.- Pudo haber sido peor. Afortunadamente pudiste esconder tu mochila.
Ya en la base de los autobuses se dieron cuenta que no tenían dinero para proseguir su camino. Ella le pidió que la acompañara a su casa a pie pues todavía sentía mucho miedo. El lo hizo y así se inició una apasionada historia de amor. Se veían frecuentemente, se amaban con vehemencia, se entregaban a todos los juegos de placer que se les ocurrían y disfrutaban todos los momentos que compartían juntos.
Enterada de las infidelidades de su compañero, Fidelina ardía de celos y curiosidad. Se dedicó a plasmar en sus relatos los devaneos sexuales de su pareja adúltera, que al ser leídos por Amador lo estimulaban a seguir en su búsqueda de placer que a su vez se convertía en un nuevo relato.
-Lo sé todo,- gritó un día la escritora.- Eres un farsante. Me engañas con otra. Dices que sales a buscar trabajo y todo lo que haces es encontrarte con tu nueva amante. Pero esto se acabó. Desde hoy no vuelves a ver a esa mujer.
-Tú tienes la culpa de todo,- afirmó él, dando un portazo en la puerta de la casa al salir precipitadamente.
En efecto, la hermosa estudiante desapareció de su vida y tuvo que resignarse. La añoraba en cada momento pero sabía que no volvería a verla jamás.
La relación entre la escritora y su compañero desempleado siguió deteriorándose; debían dinero a todo el mundo y todos sus conocidos les rehuían. El evitaba a su mujer y trataba de mantenerse alejado el mayor tiempo posible. Salía temprano y nunca llegaba a comer, solo aparecía cuando Fidelina ya se encontraba dormida.
El cuaderno de relatos se llenó de situaciones hostiles. El protagonista, un ser mediocre, cruel, vil, sin ningún valor moral se entregaba a las peores relaciones destructivas que lo hacían sufrir. El padecía y la autora gozaba. Y así brotó Rocío, en la esquina de la calle de Parroquia con Ave. Insurgentes. Se encontraba esperando a su chofer mientras Amador esperaba un microbús que lo llevara a la estación del Metro Viveros. Como llovía, ella trataba de resguardarse bajo el paraguas que el protagonista principal sostenía en su mano derecha.
-¡Disculpe! - dijo ella- se me olvidó mi paraguas.
-No se preocupe. Acérquese más.
Se enfrascaron en una amable conversación y cuando llegó Ceferino, el chofer, ella lo invitó a subir a su coche. No habían llegado aun a San Ángel cuando ya estaban entregados a un ardiente intercambio de besos. Los besos pasaron a caricias y éstas se transformaron en una escena de película, que el conductor no debía de presenciar, y de la cual, sin embargo, no perdió detalle.
Quedaron de verse al día siguiente y el encuentro fue muy similar al del día anterior. Sólo después de la séptima cita fueron capaces de llegar al departamento de Rocío, donde Amador se enteró que su nueva amante era casada, rica y mayor que él.
Como el desempleo era ya una característica nacional y el maestro de secundaria no podía encontrar trabajo, Rocío se ofreció a prestarle dinero. El aceptó sin saber que este acto era el primer paso hacia el despeñadero. Amador se volvió dependiente y ella exigente. Le pedía que la visitara a cualquiera hora, que le hiciera el amor de mil maneras, utilizando las posiciones más difíciles, aunque a él no le gustara. Lo forzaba a entregarse a la pasión por tiempos prologados, le pedía que le susurrara palabras groseras en medio del esfuerzo, que la besara aquí y allá... que... Los requerimientos de la mujer se volvieron interminables. Además, cuando él, agotado, no era capaz de cumplir, llegaba a amenazarlo con decirle a su marido que le había robado dinero. En su desesperación, Amador empezó a añorar otros tiempos, cuando era feliz con Fidelina. Los remordimientos hicieron presa de él. Mientras ella escribía la historia de un hombre perseguido por el marido de una amante casada, él trataba de congratularse con la autora y pedirle perdón. Sin embargo, ella, resentida, no estaba dispuesta a tenerle ninguna compasión. Su pluma justiciera lo hundió aun más en esa relación insana. Rocío lo acosaba día y noche, le exigía todo tipo de sumisiones que él trataba de rechazar. Sin embargo, cuando el dinero se agotaba, Amador se daba cuenta que tenía que acceder para poder recibir un nuevo préstamo que lo sacara de las penurias económicas por algún tiempo. Sus deudas crecían de manera alarmante y él reconocía que nunca sería capaz de pagarlas, ni de liberarse de las manos de esa mujer. La situación hizo crisis cuando Rocío le llamó a las tres de la mañana.
-Quiero verte,- le dijo en tono autoritario.
-No puedo,- contestó molesto, tratando que nadie oyera su conversación.
-Si no estás aquí en media hora le diré todo a mi marido, él es un hombre influyente.
-Haz lo que quieras.
Desde ese momento su vida se convirtió en un infierno. Continuamente recibía llamadas amenazantes para exigirle el dinero que debía:
-¡O pagas o te mueres!
Varias veces logró escapar de sus perseguidores, hasta que la suerte lo abandonó miserablemente. Los de la judicial se lo llevaron en una camioneta y le aplicaron sus técnicas de persuasión para que firmara una confesión donde se asentaba que se había robado una fuerte cantidad de dinero. La policía bancaria lo acusó de fraude y le presentó documentos, por varios millones, firmados supuestamente por él. La policía de caminos aseguraba que habían encontrado varios kilos de droga en la cajuela de su coche.
-Pero si no tengo coche,- gemía.
El suplicio se volvía inaguantable. Amador no sabía donde esconderse ya que sentía que su vida corría peligro. No quería ir a la cárcel, ni deseaba terminar desaparecido en algún río maloliente de la ciudad.
Abatido se enfrentó a Fidelina:
-Sácame de este infierno, por favor,- suplicó.- Tú me metiste en esto.
-No, lo siento. No puedo. La historia la vas viviendo tú, yo sólo la escribo.
-¡Mientes! Tú me apartaste de aquella hermosa estudiante que conocí en el microbús y me empujaste a vivir esta pesadilla. Tú...
-¡Basta! Ahora va a resultar que yo hice que renunciaras a tu trabajo y que te dedicaras al desempleo.
-Tú me empujaste a vivir todo esto para encontrar una inspiración para tu cuento.
-¡No es cierto! Yo dije que no volverías a ver a esa joven jamás y lo aceptaste. Nunca intentaste buscarla. Fue tu decisión. Después te metiste con una mujer casada y ahora vives las consecuencias. Te lo he soportado todo, pero ya me estoy cansando. No tengo por qué tolerar tanto engaño. Además, el cuento ya está terminado.
-¿Y me vas a dejar así, envuelto en esta pesadilla?
-También la pesadilla ha terminado.
Aquella noche fue de reconciliación. Me prometió que nunca más vería a otra mujer. Que yo era todo en su vida. Que me quería como nunca había amado a nadie más. Lloramos. Hicimos el amor y volvimos a llorar.
A la mañana siguiente se ofreció a llevar mi cuento al correo. Se lo entregué confiada. Y ahora resulta que, después de dedicarle, días, meses enteros a esta historia, y de sufrir cada una de las palabras escritas en el papel, el premio es para él. ¡No es justo!
-“El plagio” es mío,- afirmó él, categórico.
-¡Mientes! Yo soy la verdadera autora.
-Tiene usted alguna prueba,- preguntó, con benevolencia, el más anciano de los miembros del jurado.
-No,- contesté- Pero ya le conté toda la historia. Si fuera otro el autor no hubiera sido capaz de narrarla con tanto detalle y con un estilo tan depurado.
-Yo la escribí con mi propio dolor, con la amargura de mi vida estéril, en la ansiedad de mis noches de insomnio,- musitó Amador con tristeza. -Y tú,- dijo mirando hacia mí,- me empujaste a los brazos de una mujer casada sólo por su dinero, me entregaste a ese infierno para salir de deudas; fue tu culpa que me hundiera en ese torbellino de humillaciones. Ahora quieres plagiarme la obra.
-Cállate impostor.
-¡Silencio! Ya oímos bastante. Para poder llegar a una conclusión tendremos que deliberar- declaró el jurado. Sus integrantes se pusieron de pie y se fueron a una esquina del salón de actos.
La escasa concurrencia comentaba en voz alta, acaloradamente. Los hombres consideraban que Amador Craso era el verdadero autor, las mujeres pensaban que él, por su condición de hombre, no podía haber escrito una narración pletórica de sensibilidad.
Yo, mientras tanto, sufría y deseaba que el veredicto me beneficiara a mí. Se lo darán a él, pensé desanimada al ver que el jurado estaba compuesto exclusivamente por hombres.
Amador observaba la escena confuso y preocupado, mientras el tribunal iba y venía, revisaba la obra y hacía comentarios en voz baja. Finalmente, el de mayor edad de los miembros pidió silencio.
-Antes de llegar a una conclusión debemos hacer una observación. A pesar de haber seleccionado este cuento, el final parece inconcluso. Nos gusta así, pero quisiéramos que ustedes, cada uno de manera independiente, nos relaten un posible desenlace para poder definir al ganador del concurso.
-Pues...- empezó a mascullar Amador.
Rápidamente intervine:
-El final ya depende de ustedes.
Y ese año, el XXX Concurso Latinoamericano de Cuento se declaró desierto.